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Jesús Hernández-Güero o el arte de provocar

Por Yoani Sánchez

 

Si algo queda claro en la obra de Jesús Hernández-Güero es que no se trata de un artista complaciente. Su mirada transgresora resulta insolente y ajena a cualquier militancia política, credo religioso o conveniencia comercial. El creador levanta chispas por todas partes: en la Isla donde nació y en la Venezuela donde reside ahora.

 

En 2008, Hernández-Güero decidió que su tesis de graduación en el Instituto Superior de Arte (ISA) fuera un libro titulado La Tercera Pata, con textos de periodistas y escritores censurados. Reunió escritos del poeta Rafael Alcides, el exprisionero de la Primavera Negra Oscar Espinoza Chepe y el narrador Orlando Luis Pardo Lazo, entre otros.

 

Ese empeño lo llevó a tocar muchas puertas y no pocos lo vieron como un provocador. Quería mostrar la tradición periodística nacional que incluye a figuras como Félix Varela o José Martí y que se rompió cuando las publicaciones independientes “fueron cerradas y luego prohibidas” para solo quedar “en circulación las pertenecientes al Estado”.

 

A la dirección del ISA no le gustó ese carácter de inclusividad. Hernández-Güero recuerda que un mes antes de la discusión de su tesis el decano lo citó junto a su tutora, la crítica y curadora Mailyn Machado, para comunicarle que el proyecto no había sido aprobado. Solo le quedaban dos opciones: hacer la prueba estatal o presentar un compendio de su producción artística.

Hernández-Güero, nacido en 1983, está consciente de que gran parte de su investigación y producción artística “tiene un sentido crítico y alto contenido socio-político, y eso pone incómoda a las instituciones oficiales o a los que las dirigen”.

 

El creador instaló su residencia en Venezuela aunque viaja con frecuencia a la Isla, donde recientemente participó en una muestra en el Cine Chaplin que, bajo el título Contaminación, acompañó al Festival de Jóvenes Realizadores.

 

Sin embargo, su estancia fuera de Cuba no lo ha librado de la censura porque busca “incomodar, inquietar al espectador, no solo ante el arte, sino ante la realidad que se habita y piensa”. Algo que sabe “muchas veces no es bienvenido institucionalmente”.

 

Hace tres años su obra Tener la culpa, con un asta de siete metros doblada y la bandera venezolana “izada” en el suelo, se expuso en Ciudad Banesco durante el Salón Jóvenes con FIA en Caracas. La pieza fue instalada antes de la inauguración y los organizadores taparon la insignia con una bolsa negra. El resultado semejaba un cadáver cubierto.

 

La pieza causó tanto revuelo en las redes sociales que finalmente retiraron la bandera y dejaron solo el asta doblada. “Desde ese momento la obra cambió”, aclara el artista y ahora al mostrarla incluye algunos de los tuits publicados durante el proceso y “la documentación de cómo desmontaron [la tela]”.

 

Todo el fenómeno mediático y de reprobación quedó integrado a la obra. Porque la censura, en palabras del artista, “es un boomerang que pretende golpear a quien se lo lanzan, pero mayormente termina golpeando al lanzador”.

Con situaciones similares ha debido lidiar en varias ocasiones y cree que la censura es una compañera inseparable “cuando la obra tiene como materia de investigación los grandes tabúes sociales como la política, el poder, la religión, la sexualidad, la pornografía, entre otros”.

 

El trabajo de Hernández-Güero cuestiona constantemente al poder. No sólo al político, sino también “al poder simbólico de las imágenes y convenciones visuales que se sedimentan en el imaginario social como verdades indestructibles, inmóviles o intocables”, aclara.

 

En esas circunstancias siempre está expuesto a recibir reprimendas o amonestaciones que terminan por “completar la obra o le expande a otro plano”, muchas veces insospechados para el propio creador.

La más reciente de sus obras lleva el nombre de Coincidencias históricas y mezcla en una misma imagen retratos de grandes personalidades que han asumido posturas y actitudes similares ante la cámara fotográfica, sin importar la época, el lugar o el contexto.

 

La mayoría son apariencias premeditadas, pero en otros casos se trata de un instante captado sin que mediara pose alguna. Su intención es “desmitificar a estas figuras” y cuestionar “la percepción que se tiene de ellas en el imaginario histórico y social”. La elaboración es simple: superponer un rostro sobre otro, lo que da paso a nuevas caras y a “otras expresiones posibles, pero irreconocibles, desconocidas por todos”.

 

Son obras con un gran contenido político y a finales del año pasado cinco de las piezas de esa serie fueron premiadas en el Salón Octubre Joven, en el Museo de Arte de Valencia (MUVA).

 

Hernández-Güero no prefiere un soporte por encima de otro. En cuanto a las nuevas tecnologías cree que conocerlas previamente da más posibilidades para “saber su potencial”. Porque mientras más arsenal tenga un artista con más posibilidades contará para “navegar dentro de la creación”.

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Texto publicado en el periódico 14ymedio.com

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